LA CANSERA DEL CAMINO
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¿QUIÉNES SOMOS?
DOS PEREGRINOS Y UN ESPÍRITU
Érase una vez, hace ya bastante tiempo y trechos del Camino, dos peregrinos que se encontraron una Nochevieja en el albergue parroquial San Juan Bautista, de Grañón. Daniel se llamaba él y venía de la Galia, y ella, Fina, del sureste español. Ningún humano sabe explicar todavía por qué coincidieron en aquel pueblo, cuando ni uno ni otro tenían intención de tomarse las uvas en tal mágico lugar. Algunos dirán que fue el destino.
Daniel estaba extasiado por los bellos paisajes nevados que encontró aquellas Navidades mientras caminaba. Fina venía a celebrar la Nochevieja junto con otros hospitaleros voluntarios y a disfrutar de esa paz especial que da Grañón.
«Háblale a tu cebolla para que no te haga llorar», le dijo él, y ella, agradecida por aquella ocurrencia, le devolvió una sonrisa. Siguieron juntos ayudando a preparar la cena en el albergue, compartiendo la tarea de hacer de cada bocado un delicioso momento para compartir la vida, la amistad y el amor…
Tocados por la magia de Grañón, salieron juntos del lugar, felices de encontrarse, contentos de compartir un mismo sueño y con una gran fe en lo que su corazón les dictaba. Sus vidas ya no podían seguir como antes y, poco tiempo después, tomaron la decisión de cumplir su sueño: dar acogida al peregrino en su casa.
Volvieron al Camino, a otro camino: el de la hospitalidad, la paz, la fraternidad, la entrega… Y, al igual que aquella noche mágica, compartieron una mesa. Así siguen hoy, compartiendo su vida, su amistad y su amor con los peregrinos del Camino.
Llegaron a Galicia en busca de su sueño y, como si de una broma se tratara, fue la morada quien los encontró. La compraron después de prodigiosas casualidades y alguna que otra andanza, y durante casi un año trabajaron para hacer de ella un regazo para el peregrino.
Muchos fueron los voluntarios que ayudaron en todos los aspectos. Para Daniel y Fina, la restauración, la agricultura y los modos de vida en estas tierras tan mágicas resultaron todo un descubrimiento.
Esta casa de piedras centenarias, en plena senda peregrina, a quinientos metros después de Ferreiros, tenía tantas historias que contar que no podía ser de otro modo: debían escucharla y dar sentido a su espíritu. Siempre acogió gente a través de los tiempos y ahora volvería a hacerlo.
La llamaron La Cansera y …